Mar Menor luces y sombras

A la hora de apreciar y valorar lo que nos rodea, lo que tenemos, la costumbre siempre es mala consejera. Habituados a ver el mismo horizonte, la misma playa y la misma arena, perdemos la capacidad de sorpresa y el entorno en el que vivimos se convierte en algo carente de interés. Tal vez sea ésta la razón por la que se desconoce que el Mar Menor desde 1994 está declarado humedal de importancia internacional y que por sus características naturales, sus valores estéticos y naturales, los espacios abiertos e islas del Mar Menor y el Cabezo Gordo se han considerado paisajes protegidos.

A menudo metemos en el mismo saco cosas diferentes y caemos en el error de compararlas. La sabiduría popular conoce bien estos hábitos y establece que no se pueden mezclar las churras con las merinas pues no son el mismo tipo de ovejas. Desoyendo estos consejos, comparamos el Mar Menor con el Mediterráneo o Mar Mayor como aquí lo llamamos, ¡y claro está!, el pequeño mar siempre sale perdiendo. “ Que si el Mar Menor no tiene olas, que si el agua está caliente y parece caldo, que si en el fondo hay algas y fango”…….

Al hacer estas afirmaciones perdemos la óptica de lo que nos rodea, pues estamos colocando en el mismo plano, al mar y a un humedal protegido al que llamamos Mar Menor. Esto no es nuevo pues ya lo dijo Machado de su Castilla en aquellos versos: “Castilla miserable ayer dominadora envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora” Algo así ocurre, cuando bien por ignorancia o bien por el hábito de la costumbre despreciamos la laguna salada más grande de Europa y la convertimos en un marecito ramplón y raquítico que no satisface el espíritu marinero.

 Pongamos cada cosa en su sitio y tengamos un sitio para cada cosa. Solo así es posible que apreciemos las diferencias que hacen de este mar pequeño un lugar diferente y singular.

Mar Menor luces y sombras es un intento de mostrar una de las características que  hacen distinto al Mar Menor: la luz.

Favorecida por sus aguas tranquilas, la laguna transforma la luz del Mediterráneo en colores y tonos propios. El amanecer, el atardecer, el azul de los días despejados del invierno, los días de calma, cuando el viento duerme y el mar se convierte en un espejo en el que te puedes mirar; los días grises, en los que las nubes empujadas por el viento tapan el sol y el cielo parece triste con su luz de plomo. Tintes especiales, diferentes para cada estación del año que dan al Mar Menor ese toque mágico que impregna la retina y hace que lo añores cuando estás lejos.

La primavera despierta con los vientos de marzo y explota en colores con las luces de mayo. Estación con altibajos, frío y calor, días de viento y horas de calma en los que el mar parece dormido. Hay días en los que al amanecer no sopla el viento. El mar está quieto, tranquilo, ni tan siquiera una pequeña brisa se enreda en el agua. La superficie del mar parece un boceto impresionista. Todo cuanto sobre él está, barcos, boyas, pasarelas de madera, queda dibujado sobre la superficie. El mar refleja sus formas con nitidez. Momentos fugaces, difíciles de alcanzar. Muchas veces he intentado fotografiar ese momento, en primavera, a finales de octubre, a finales de diciembre, salgo a la calle, miro a mi alrededor, no se mueve nada, no hay brisa, no hay viento. Cámara en mano salgo corriendo, pero cuando llego a la orilla el mar se me escapa, se mueve, está despierto.

Especialmente atractivos son los atardeceres del otoño, cuando las nubes del oeste retienen la luz y el mar refleja la puesta de sol. Poderosas nubes que dan volumen al cielo, lo modelan, lo esculpen con sus formas arboladas y lo inundan todo de  tonos rojos, rosados, naranjas, amarillos y azules. Las aguas del Mar Menor se convierten en una paleta multicolor que cambia con rapidez según el viento sopla en una u otra dirección. Difícil y seductor empeño capturar en una imagen el color del cielo y el mar, cuando la luz tiene la magia y la belleza de esos momentos fugaces que se resisten a ser atrapados.

En el lado opuesto de la balanza está la luz del verano. Intensa, febril, cegadora. El cielo se satura de luz. El sol implacable, desborda los colores y el horizonte aparece plano, sin matices. No es un buen momento para la fotografía. 

El invierno nos regala en sus días cálidos una luz serena, tranquila, acogedora. Perdida la   acritud del verano, el sol muestra su cara amable, nos envuelve con sus rayos, nos obsequia con un azul intenso, que invita a dejar la mirada perdida y navegar por espacios sin tiempo, por superficies sin final.

 

                                                                                 Gregorio Ramón